miércoles, 10 de diciembre de 2014

Al finalizar un ciclo de estudios.


 

APROBADO O DESAPROBADO

¿DECISION DEL DOCENTE?

 

A lo largo de mi experiencia como docente universitaria he tenido a mi cargo un promedio de 4 aulas por ciclo, algunas de ellas con pocos alumnos (4 a 10) otras con muchos alumnos (20 – 50). Independientemente de la cantidad de alumnos, estos  últimos ciclos entre 10% y 15% de los alumnos matriculados terminan desaprobando el curso y un 3% de los alumnos terminan inhabilitando el curso por superar el 30% de inasistencias.

Pongamos como ejemplo a Alondra, no mostraba interés alguno por el curso durante las dos primeras unidades (meses). Es en el tercer mes, al darse cuenta que le faltaba mucho para alcanzar el puntaje mínimo que le permitiera dar como aprobado el curso, donde trata de esforzarse y se da cuenta que al no conocer los temas iniciales del curso, le es difícil comprender los temas finales. Llegado el examen final, Alondra, y ese 10% de alumnos que la acompañarían desaprobando el curso, suman puntajes y dicen: “¡Profesora es un punto! ¿Qué le cuesta un punto?”. Estas son las frases que más se escuchan cada vez que finaliza el ciclo académico, lo que generalmente me lleva a pensar ¿es más importante el punto que les falta o haber logrado el cumplimiento de las competencias del curso que llevaron durante las 16 semanas? ¿Es que el contenido del curso no constituyó una fuente de motivación desde la primera sesión?

 

La nueva ley universitaria peruana menciona que “Para estudios presenciales se define un crédito académico como equivalente a un mínimo de dieciséis (16) horas lectivas de teoría o el doble de horas de práctica” (Ley Universitaria, 2014, pág. Cap. V), es decir dependiendo del número de créditos del curso se totalizan las horas y son dividas en 16 semanas ( a razón de 1 hora / semana y crédito) después de las cuales el alumno sólo tiene dos posibles resultados: aprobar o desaprobar el curso. Como consecuencia, en estadística podría considerarse como ensayo de Bernoulli, donde cada prueba tiene dos posibilidades en cuanto a resultado, considerados como éxito o fracaso, teniendo una probabilidad constante de aprobar al finalizar el curso (Walpole, Myers, & Myers, 1999).

La evaluación es considerada, en primer lugar como un proceso continuo porque durará las 16 semanas, que en algunas instituciones educativas superiores lo dividen en unidades (4 u 8 semanas), y en segundo lugar es sistemático porque implica que el docente planifique y organice el proceso. Es decir, el docente deberá desarrollar actividades y diseñar instrumentos como: rúbricas, anotaciones, evaluaciones, registros y/o productos acreditables que ayuden a verificar el cumplimiento de las competencias en los estudiantes. En el Perú, según la Directiva Nº 004-VMGP-2005, aprobada por R.M. Nº 0234-2005-ED, indica que la forma de evaluación para los niveles inicial y primaria es cualitativa es decir literal y descriptiva teniendo su equivalente en la calificación vigesimal o cuantitativa; sin embargo, en el nivel secundario la escala de calificación es vigesimal, considerándose a 11 como nota mínima aprobatoria lo cual es también utilizado por la mayoría de centros de estudios superiores (Ministerio de Educación, 2005).

A través del tiempo, con el estudio de las formas de evaluación, los currículos de los cursos han pasado de objetivos de aprendizaje hasta competencias; los objetivos son concretos, factibles de evaluar y forman parte de la competencia que se desea lograr, sin embargo, la evaluación por objetivos no proporciona la información necesaria para establecer acciones de mejora en el aprovechamiento de los estudiantes (Nogales, 2012). Por otro lado, una competencia va más allá, pues son los conocimientos, habilidades y destrezas que se pretenden desarrollar en el estudiante, buscando un desarrollo integral, de tal manera que esté capacitado para las distintas interacciones del ser humano en la ámbito personal, social y laboral.  Para Nogales (2012) una competencia no es simplemente conocimiento y habilidades, sino que tiene que tener la actitud para desarrollar “la competencia con eficiencia y eficacia”. A continuación, en los siguientes ejemplos llegamos a la conclusión que no se tiene la competencia: Un estudiante dice tener todo el conocimiento de cómo hacerlo, pero no puede demostrar que lo puede hacer; o, por otro lado, aquellas personas que se desempeñan con mucha habilidad y, sin embargo, no conocen el por qué y qué es lo que está sucediendo, pues no tienen el conocimiento suficiente.

Las competencias pueden desarrollarse de manera colectiva o individual pero terminan siendo propias del individuo, son intransferibles, renovables y temporales (Nogales, 2012). Tener un currículo por competencia permite al docente retroalimentar las sesiones no comprendidas por los estudiantes, lo cual es detectado en la evaluación durante el desarrollo del curso.

La evaluación de una competencia no consiste en sumar las notas de exámenes, prácticas, asistencia, etc. y dividirlas entre el total de notas, sino en evaluar el desempeño del estudiante durante todo el proceso de principio a fin, para lo cual se debe tener un diagnóstico inicial y final que muchas veces involucra tener un producto acreditable que muestre evidencia de conocimiento (escrito y oral) y de desempeño (producto y práctica), por lo que debería darse mayor peso al producto acreditable que a las evaluaciones o exámenes de unidad. En la actualidad, algunas instituciones educativas superiores utilizan para la elaboración de exámenes la taxonomía de Bloom o taxonomía de dominios de aprendizaje, “esto quiere decir que después de realizar un proceso de aprendizaje, el estudiante debe haber adquirido nuevas habilidades y conocimientos” (García, 2014). La taxonomía de Bloom fue diseñada en 1948 y ha pasado por varias actualizaciones llegando a medir 6 categorías: recordar, comprender, aplicar, analizar, evaluar y crear. Es en el 2008 que el doctor Andrew Churches complementa cada categoría con verbos y herramientas del mundo digital.

Actualmente en el Perú se busca mejorar la calidad educativa, donde no solo se brinde conocimiento sino que se logre competencias de tal manera que los alumnos estén preparados para afrontar su realidad, satisfacer sus necesidades y encontrar soluciones a los problemas que puedan encontrar en el camino.

Finalmente, muchos docentes conceden el “punto faltante” al alumno sin haber logrado hacer del alumno alguien competente, lo cual genera problemas al docente del próximo curso, pues recibirá un alumno incompetente.

Si la acción de aprobar o desaprobar un curso está basado en competencias desde el inicio del mismo, entonces debe basarse en el saber, hacer y ser, lo cual debe ser un proceso evaluativo y no basado en el “punto que falta” pues no se estaría cumpliendo con el desarrollo integral del alumno que busca prepararlo para afrontar situaciones que podrían presentarse en su futuro personal o profesional.

 

Por lo tanto, Alondra debe entender que hay mucha diferencia entre el punto que falta y la adquisición de la competencia al finalizar el curso, pueda ser que volviendo a llevar el curso comprenda que el curso no es sólo para 16 semanas sino para el resto de su vida.

 

 

 

BIBLIOGRAFIA

García, J. C. (01 de Setiembre de 2014). Eduteka. Recuperado el 09 de Diciembre de 2014, de http://www.eduteka.org/TaxonomiaBloomCuadro.php3

Ley Universitaria. (09 de Julio de 2014). Normas Legales, 21. Lima, Perú: El Peruano.

Ministerio de Educación, R. d. (2005). Normatividad: Directivas del Ministerio de Educación. Recuperado el 09 de diciembre de 2014, de Evaluación de los Aprendizajes de os Estudiantes en la Educación Básica Regular: http://www.minedu.gob.pe/normatividad/directivas/DIR-004-2005-VMGP.pdf

Nogales, O. G. (2012). La Evaluación de Competencias Educativas. Estados Unidos de América: Palibrio.

Walpole, R. E., Myers, R. H., & Myers, S. L. (1999). Probabilidad y estadística para ingenieros. México: Prentice Hall Hispanoamericana S.A.

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